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El empobrecimiento y decadencia del jardín merecería un extenso capítulo, pero de momento quedémonos con la rotonda que se le plantificó en su entrada principal.
Se derribó la plaza de abastos y se ganó un nuevo espacio para convertirlo en una rotonda para el tráfico, sin tener en cuenta que se abocaba a los paseantes provinentes del jardín a competir con los coches. Entrar y salir del jardín por su puerta principal se convirtió de pronto en algo peligroso.
Este desaguisado se complementó con el corte de las escaleras de San Nicolás, la elevación de la cota de la carretera, hundiendo la Alameda Baja. Además, ni rastro del arbolado existente, atravesar esta rotonda en verano es como cruzar un desierto.
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Porque tenemos memoria. O ¿no...?
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